domingo, 15 de abril de 2012

De ceremonias y templos

Nuestro amigo y colaborador don Rafael Ordóñez nos remite esta breve crónica de su reciente viaje a Roma, la pasada Semana Santa.

De ceremonias y templos en Roma

Pasar una Semana Santa en Roma tiene, como todo, sus ventajas e inconvenientes. Las primeras superan ampliamente a los segundos. Convivir con las decenas de miles de turistas que invaden en las calles no tiene punto de comparación con estar en tres ocasiones cerca del Santo Padre en el curso de las ceremonias de la semana central de nuestra fe. La primera fue en la Santa Misa Crismal que se celebró el Jueves Santo y no el martes como hacen en algunas diócesis españolas. Ese fue el día en el que el Señor fundó el orden sacerdotal y es por tanto el día que corresponde a su celebración. La Basílica de San Pedro hasta la bandera y el Papa poniéndose de frente, en la homilía, a los sacerdotes austríacos avanzadilla del piquete de dinamiteros que quiere hacer saltar por los aires la bimilenaria Iglesia de Cristo. Nos le dio opción al resuello. Ocurre, al tiempo, en estas celebraciones del Santo Padre, que hay quienes van por mera curiosidad turística y no tienen la menor idea de lo que está viendo y oyendo, y lo que es peor, son incapaces de seguir el adagio popular de “donde fueres haz lo que vieres” y continúan, por ejemplo sentados durante la consagración repantigados como en la terraza de un bar.

La segunda ocasión en la que estuve cerca del Santo Padre fue en la celebración de la Pasión del Señor, el Viernes Santo. Aquí el ceremonial fue sencillamente exquisito, perfecto. Diez minutos antes de llegar el Santo Padre se pidió por los altavoces y en distintos idiomas recibir al Santo Padre con recogimiento y en absoluto silencio. Así fue como los cuerpos y las almas de los asistentes comenzaron a entrar en caja al respecto de lo que allí se iba a celebrar: la Pasión del Señor. El Santo Padre entró rodeado de un intenso silencio y se colocó en un lateral de altar central, fuera del baldaquino, para darle centralidad y máximo honor a lo que iba a llegar después: la Cruz. Esta alcanzó, en solemne procesión, el presbiterio, cubierta con un paño rojo que después quitó el Papa. Su Santidad se despojó de la mitra, del palio pontificio y de la casulla de guitarra que llevaba, o lo que es lo mismo: de todos los atributos de su altísima dignidad, y acudió a postrarse ante la cruz durante unos minutos de escalofrío. Después pasaron y se arrodillaron las decenas de cardenales presentes, los obispos y los ceremonieros de la Casa Apostólica. Se cantó la Pasión del Señor según el evangelio de San Juan con dos diáconos cantores y la Capilla Pontificia. Durante el mismo tuve que llamarle la atención a un grupito de jóvenes españoles pertenecientes a un muy conocido Instituto católico porque no paraban de hablar. “Chicos, están cantando el Santo Evangelio”, costó pero callaron. Íntegramente de pie se escuchó el texto joánico. Y no como en nuestras parroquias, donde el cura manda sentarse al personal para que no se canse. El primero que estuvo de pie desde la A hasta la Z, desde la cruz hasta la raya, fue el Santo Padre. ¡Qué ejemplo!

La tercera ocasión fue en la plaza de San Pedro el domingo de Resurrección. Todo perfecto. Lástima que mucha gente no se leyese los magníficos libros que reparten y se sentaran cuando se leyó por segunda vez el evangelio del día, esta vez por un patriarca griego, en griego, claro. Quiero destacar en esta breve semblanza un par de cosas que afectan al fin de este blog. Por un lado, constatar, primero lo peor, que muchas religiosas, demasiadas, comulgan en la mano, conocedoras como son de los deseos del Santo Padre y que los sacerdotes encargados de darla tratan de cumplir. Segundo que la presencia de sotanas es casi mayor que las de clerygman en las calles de Roma; innumerables. Y fuera del Vaticano. Fundamentalmente por parte de sacerdotes jóvenes. Tercero que el entorno inmediato del Papa, (con algunos pude departir en San Juan de Letrán el miércoles, mientras preparaban la Santa Misa de la Cena del Señor que el Santo Padre oficiaría allí en la tarde del Jueves) viste al ciento por ciento sotana. Y por último una llamada de atención al respeto al templo, a la Casa de Dios. Muchos integrantes de las hordas turísticas ni saben ni quieren saber dónde están cuando entran en un templo católico. Pues habrá que enseñárselo. De la forma que sea mejor. Pero no podemos consentir en nuestros templos la zafiedad y la irreverencia que no consiente ninguna otra religión en sus lugares sagrados. En Roma, en Málaga y en Sebastopol. El tema no es baladí. Por mucho menos de algunas cosas que he visto, ató el Señor unas cuerdas y expulsó de la Casa de Su Padre, a latigazo limpio, a quien ofendía el decoro y la dignidad del lugar.

¡Laudetur et adoretur Iesus Christus!

Rafael Ordóñez Martín

Su Santidad el Papa, el pasado Jueves Santo

1 comentario:

  1. ¡Menuda Crónica! ¡Qué sana envidia!

    Alguna vez habrá que pasearse por Roma... y es que allí no se pierde la Fe, sino que se refuerza nada más que por la aureola de ejemplaridad que debe emanar el Santo Padre. Ni las maldades, ni las mismas trifulcas meramente humanas en la Curia pueden derrumbar los ejemplos de santidad.

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